Enmudecí,
mi cuerpo se paralizó por completo, una profunda angustia se apoderó de mí.
Noté que mi pulso se disparaba y que comenzaba a sudar. El médico se acercó y
puso su mano en mi hombro. Enseguida lo aparté de mí y salí corriendo de allí.
El doctor y la enfermera gritaban mi nombre por el pasillo.
-¡Nils!
¡Nils dónde vas!
-¡Vamos
chico, necesitas descansar!
No quise
escuchar nada, solo corría. Seguía corriendo por aquellos pasillos blancos. Ni
siquiera sabía dónde iba. Cruzaba una puerta tras otra sin destino concreto,
únicamente quería salir de allí, cuanto antes. Casi sin darme cuenta había
abierto una puerta que daba al exterior. Fuera estaba lloviendo, no una lluvia
torrencial, pero suficiente como para empaparme en pocos segundos. Allí seguí
corriendo cruzando una especie de jardín. Tropecé con algo, no sé que era pero
aquello me derribó y allí, de rodillas, con la cara empapada y las manos llenas
de barro comencé a gritar, a expulsar toda la rabia que recorría mi cuerpo.
Gritaba como un loco, sin articular palabras concretas, solo gritos de
desesperación empapados en lluvia y llanto.
Continué
allí tirado un par de minutos, sollozando y gimoteando hasta que mi garganta se
silenció y dio paso a una enorme sensación de impotencia. Permanecí en el barro
un rato más, pero no quería que nadie me encontrara, tenía miedo de que el
médico o la enfermera hubieran salido a buscarme, así que me levanté y me fui,
gastando las pocas fuerzas que me quedaban. Además estaba empapado y no quería
coger una pulmonía.
Caminé un
par de calles refugiándome entre los balcones de los edificios hasta dar con una
de las grandes avenidas. Allí cogí un taxi con la intención de ir a casa.