domingo, 12 de enero de 2014

NILS CAPMAN



Enmudecí, mi cuerpo se paralizó por completo, una profunda angustia se apoderó de mí. Noté que mi pulso se disparaba y que comenzaba a sudar. El médico se acercó y puso su mano en mi hombro. Enseguida lo aparté de mí y salí corriendo de allí. El doctor y la enfermera gritaban mi nombre por el pasillo.
-¡Nils! ¡Nils dónde vas!
-¡Vamos chico, necesitas descansar!
No quise escuchar nada, solo corría. Seguía corriendo por aquellos pasillos blancos. Ni siquiera sabía dónde iba. Cruzaba una puerta tras otra sin destino concreto, únicamente quería salir de allí, cuanto antes. Casi sin darme cuenta había abierto una puerta que daba al exterior. Fuera estaba lloviendo, no una lluvia torrencial, pero suficiente como para empaparme en pocos segundos. Allí seguí corriendo cruzando una especie de jardín. Tropecé con algo, no sé que era pero aquello me derribó y allí, de rodillas, con la cara empapada y las manos llenas de barro comencé a gritar, a expulsar toda la rabia que recorría mi cuerpo. Gritaba como un loco, sin articular palabras concretas, solo gritos de desesperación empapados en lluvia y llanto.
Continué allí tirado un par de minutos, sollozando y gimoteando hasta que mi garganta se silenció y dio paso a una enorme sensación de impotencia. Permanecí en el barro un rato más, pero no quería que nadie me encontrara, tenía miedo de que el médico o la enfermera hubieran salido a buscarme, así que me levanté y me fui, gastando las pocas fuerzas que me quedaban. Además estaba empapado y no quería coger una pulmonía.
Caminé un par de calles refugiándome entre los balcones de los edificios hasta dar con una de las grandes avenidas. Allí cogí un taxi con la intención de ir a casa.