jueves, 9 de abril de 2015

REMAD, VALIENTES, REMAD



Atravesaba las nubes con sus alas extendidas, el gris de sus plumas superiores se confundía con el turbio color del cielo. Su pico bañado en rojo rozaba la banderola del mástil central, que por su insignia denotaba que se trataba de un navío español. Cuando cayó el primer rayo y la lluvia comenzó a brotar con fuerza aquella gaviota asustada bajó el vuelo zigzagueando entre los mástiles como si de un juego se tratase. Con su vista posada sobre la cubierta viajaba de la proa a la popa observando el gran algarabío de los marineros. Gritos y ordenes, hombres corriendo de un lado a otro, botas encharcadas y manos agrietadas. Batalla continua con las amarras que intentaban controlar unas agitadas velas que parecían bailar al son del ritmo del viento. Carreras infinitas de barriles cargados de pólvora acompañadas de algún que otro resbalón propiciados por unos pies más bien torpes y una madera resbaladiza. Un aura de nerviosismo invadía el ambiente ante la tormenta que se avecinaba sobre aquella tripulación. El ave esquivó al capitán que agarraba el timón con fuerza y siguió descendiendo por el costado de estribor hasta posarse sobre uno de los ventanucos laterales, el que daba al almacén de aquel galeón. Desvió su ojo derecho hacia el interior y miró con atención a los cuatro jóvenes que allí había. Al contrario que el resto ellos parecían despreocupados en sus labores. 
El más alto y desgarbado fregaba el suelo, absorto en sus pensamientos, recordando todas las historias de aventuras en la mar que su padre le relataba por las noches, historias que Joaquín ansiaba vivir al igual que su padre hizo antes que él, aunque por ahora únicamente podía conformarse con hacer brillar los suelos de maderos astillados del dichoso almacén. Su cuerpo delgado, con esos brazos donde cualquier camisa es holgada le apartaba de la acción y las armas relegándole a  las bodegas para faenas de limpieza, pues aun a pesar de su valentía, que no era poca, ningún oficial confiaba en que aquel muchacho fuera capaz de sostener una espada o un mosquete en un enfrentamiento real. Aun así, Joaquín… de pelo castaño ondulado, ojos brillantes como la miel, rostro áspero por una barba incipiente, con su camisa ancha, sus botas altas y su cinturón bien apretado nunca perdía la esperanza de algún día demostrar su valía en batalla. No era de extrañar pues que cuando su fregona chocó por casualidad con la del compañero a su derecha fuera la excusa perfecta para que diese comienzo su juego favorito.
-¿Osáis atacarme por la espalda viejo bribón? –pronunció con sonrisa ladeada y mirada de pillo.
-Cómo os tengo que decir que yo no soy viejo, que es la calvicie que me hace más recio –respondió un hombre de amplio pecho y espalda, fuertes brazos y cabezón redondo y pelado.
-No os creo, no hay joven en este mundo con tan poco pelo.
-Y dale otra vez, si no alcanzo ni los treinta, y bien lo sabéis, pero es esta herencia que me ha tocado, y no quiero ni una burla más de vuestras mercedes, y eso va para todos. –refunfuñó mirando en circulo a los demás que ya comenzaban a reír.
-Callad de una vez y preparaos para el combate –le dijo Joaquín haciendo chocar de nuevo sus fregonas a modo de sables afilados -,¡demostradme de que estáis hecho! ¿o es que tenéis miedo?
-¿Miedo de ti lagartija? –ya comenzaba a seguirle el juego –más tendríais que comer para a mi asustarme, no sabéis con quien estáis hablando.
-Decidme vuestro nombre y lo sabré, pero primero deberíais tener más precaución, pues ese a quien llamáis lagartija no es otro que el gran Joaquín De Tomás, ilustre comandante de toda la armada española –y no lo decía por decir, pues para Joaquín no había mayor sueño que alcanzar un rango como ese–. Decidme viejo pirata ¿Con quién me enfrento?
-¿Por qué yo siempre tengo que ser el pirata? –replicaba el grandullón.
-Vamos no pares, ¿qué importa eso ahora?
-Está bien, está bien… -y poniendo una voz grave prosiguió -Yo soy aquel al que más temen en toda la costa mediterránea, Rafael Argüijo, el pirata más bravo, a la vez que guapo… y joven –ninguno pudo contenerse la risa -, que armado solo con su sable ha hundido a más de un centenar de naves.
Y se abalanzó sobre su adversario, que con un movimiento ágil se escurría entre sus enormes brazos para colocarse detrás de él y arrearle un puntapié en el trasero
–Te voy a borrar esa sonrisa –declaró Rafael volviendo a acometer.
Uno, dos y tres choches de fregona. Joaquín se subió a unos viejos barriles de un brinco intentando alejarse. Puede que Rafael no fuera demasiado habilidoso, pero soportar tres de sus fuertes golpes no era tarea fácil. 
Tras de ellos, otros dos mozos se divertían viendo el espectáculo. El primero con mirada burlona y una ceja más alta que la otra
– ¡Arréale bien Rafael! a ver si se deja de tontás de una vez por todas –Exclamó mientras acicalaba su larga melena azabache. Era un joven esbelto, con buen mentón y fino bigote puntiagudo cuyos gestos de las manos al pronunciar palabra le descubrían como un mozo de buena familia. 
A su derecha aposentándose con su enorme panza sobre un barril le propinaba sutiles codazos el último de los jóvenes que había en aquel andrajoso almacén
-Eso, eso Rafael, dale en el melón a ese borinot.
-¿Pero cómo, es que nadie apoya a este comandante español?- Preguntaba Joaquín saltando de una caja a otra.
-Estamos cansados de comandantes y almirantes –respondía el barrigudo -. Preferimos a los piratas, que aunque están igual de mangoneados por sus capitanes, al menos pueden beber ron –y volvía a propinarle golpecitos al hombre del fino bigote que miraba hacia otro lado poniendo los ojos en blanco.
-¿Pero qué clase de soldados son estos, que cuando su misión es proteger este navío de los temibles piratas otomanos ellos piensan en alabar al enemigo? –ahora era Joaquín el que atacaba con soltura haciendo golpear su “sable” contra los nudillos de Rafael, quién soltó la fregona agitando sus dedos al aire por el dolor –Vamos temible pirata, podéis hacerlo mejor.
-Limpiar día tras día este maldito barco, esa es nuestra misión valiente soldado, no os equivoquéis –bromeaba el del bigotillo -. Nadie confía en nosotros para proteger nada y eso no va a cambiar por mucho que juegues con un palo. Si estamos en este barco y no en otro debe ser porque nada importante nos rodea.
-Todo navío mercante es importante para su patria y vos más que nadie Antonio Margheriti, descendiente de importantes mercaderes italianos deberíais saberlo.
-¡Os tengo dicho que mi nombre es Toni! ¿Cuántas veces os lo tengo que repetir?
Rafael aprovechaba que su contrincante, confiado de tenerle desarmado, parloteaba distraído para espetarle un empujón y después recuperar su armamento mientras Joaquín se precipitaba contra el suelo a la vez que el tripudo reía a carcajada limpia.
-Cortad vuestra risa señor, pues no os veo hacerlo mejor –le increpaba el joven De Tomás desde el suelo.
-Os puedo asegurar que como que me llamo Miguel Esternón, el Curvaó pa los del poble, que este calvorotas a mi no me pilla desprevenido de tan ridícula forma.
Ni un segundo tardó el italiano en recriminarle aquel comentario –Pero si de los cuatro tú eres el más distraído –a lo que se unieron los demás sin dudarlo –Además del más bajito –recibía por parte de Joaquín que volvía a ponerse en pie -¡Y el más gordo! –exclamó Rafael.
-Pero el que mejor canta –sonreía Miguel obviando a sus compañeros y golpeteando su bota contra la madera.
El ritmo era conocido por todos, pues no era la primera vez que cantaban lo que el señor Esternón proponía. Los otros tres, en pie, se unían a la melodía y bailoteando seguían lo que Miguel decía:
Y seguid conmigo esta canción de altamar
Remad, valientes, remad
Sed raudos y fuertes que hay mucho por navegar
Cantemos, bailemos y la patria salvemos
Remad, valientes, remad
A toda vela crucemos las aguas
nuestro destino nos esperará
Remad, valientes, remad
Y si una bandera pirata ves ondear
jamás dudéis en luchar
Remad, valientes, remad
Miguel levantó su enorme culo dando pie a una retahíla de solos que él mismo comenzaría:
Cuando lleguemos nos zamparemos
el más grande faisán
Remad, valientes, remad
Toni tomaba la palabra con una sonrisa. Estaba disfrutando:
A vuestras hijas tened bien guardadas
Que las vamos a visitar
Remad, valientes, remad
Era el turno de Joaquín, que se subía a una caja para cantar su estrofa en alto:
Queremos aventuras y acción
y más y más tierras que conquistar
Remad, valientes, remad
Ya solo quedaba Rafael y su potente voz se apoderó del almacén:
E aquí tres soldados
los cuales son mis hermanos
Remad, valientes, remad
Joaquín movía su “espada” de un lado a otro ensartando enemigos imaginarios. Rafael le cantaba al viento asomando su cabezón por la ventana y espantando así a la curiosa gaviota. Toni se acicalaba la camisa mientras seducía a una muchacha interpretada por una de las columnas de madera y Miguel por otro lado, más ágil de lo que su barriga hacía parecer bailaba agitando sus brazos. Cada uno se deleitaba en solitario jugando como un niño aunque sus voces seguían juntas para volver a entonar ese estribillo que tanto conocían.
Sed raudos y fuertes que hay mucho por navegar
Cantemos, bailemos y la patria salvemos
Remad, valientes, remad
A toda vela crucemos las aguas
nuestro destino nos esperará
Remad, valientes, remad
Y si una bandera pirata ves ondear
jamás dudéis en luchar
A la vez que todos seguían con la canción a Rafael le cambiaba el semblante mientras repetía esa última frase ahora en voz baja «y si una bandera pirata ves ondear…» sus ojos se arrugaron para enfocar con más detenimiento aquello que creía estar viendo. Un viejo barco con bandera negra se acercaba veloz hacia ellos. Rafael Argüijo ya no tenía ninguna duda, iban a ser abordados por los piratas.