La séptima
avenida se abrió bajo mis pies, una grieta que se perdía en el horizonte. Las vías
del metro se escurrían hacia el fondo de la tierra y un enorme dragón emergió del
inframundo mirándome fijamente a los ojos. Escupía fuego mientras yo huía a
toda prisa en dirección cartel de Coca-Cola. La grieta se hizo más grande, rodeándome,
sin dejarme continuar. Estaba atrapado. Aquel bicho alado frente a mí. Creía
que todo estaba perdido cuando alguien me tocó en el hombro. Un caballero de
armadura y espada me protegió con su escudo del primer fogonazo y después se
lanzó sin pensarlo contra la bestia. Di un salto y seguí corriendo hasta el
rascacielos más cercano. Abrí la puerta. Dentro, una manada de lobos me estaba
esperando. La puerta ya no se volvió a mover. Uno de ellos se abalanzó sobre mí
y me arrancó el abrigo de un solo zarpazo, pero pude escabullirme por el
pasillo que daba a los ascensores. Una carrera de cien metros lisos en la que
ellos eran más rápidos. Iba a ser devorado pero de un destello apareció ante mí
una hechicera de ojos rasgados.
Usa las
escaleras chico me dijo , no podré contenerlos mucho tiempo.
Abrí la
puerta de emergencia y subí corriendo hasta la azotea mientras escuchaba
aullidos de fondo.
El Cielo se
había vuelto rojizo. Casi no tuve tiempo de parpadear cuando vi al dragón,
ensartado por el mandoble del caballero precipitando su vuelo hacia mi
edificio, el cual comenzó a venirse abajo. Yo salí despedido a causa del golpe,
viajando hacia el vacio a una velocidad vertiginosa. Fue entonces cuando de mi
espalda crecieron dos grandes y hermosas alas blancas que se agitaban devolviéndome
la estabilidad y dándome una amplia vista de la ciudad desde el cielo. La
ciudad de Nueva York en la palma de mi mano. Luces y sombras cruzando sus
espadas en una vorágine de chispazos de colores. Unos destruían la ciudad a la
vez que otros hacían crecer nuevos árboles a cada golpe, y yo en medio de todo
observando desde las nubes.