En ese
momento sonaba una canción lenta, In to
the Mystic, de Van Morrison, si
no recuerdo mal. Ella se acercó y rodeo mi cuello con sus brazos, entrelazando
sus dedos por detrás de mi nuca. Normalmente se me daba fatal tratar con
chicas, siempre me ponía muy nervioso, pero en cambio con Ruby parecía que
fuera todo un experto, todo iba como la seda ¡me sentía tan cómodo hablando con
ella! Posé mis manos en sus caderas y me acerqué. Bailamos toda la canción en
silencio, mirándonos sin más, sin pronunciar palabra, fue fantástico.
Si la parte de atrás de tu libreta siempre está llena de esbozos no estaría mal pasarlos a limpio.
domingo, 8 de diciembre de 2013
sábado, 30 de noviembre de 2013
NILS CAPMAN
¿Saben esos
días donde todo debe salir perfecto? ¿Esos grandes días donde uno está contento
y feliz pase lo que pase, donde el nerviosismo nos hace expulsar una comedida
sonrisa que no podemos borrar de nuestros bobalicones rostros? ¿Una de esas
celebraciones que le hacen a uno sentir bien, como cuando eres niño y te
despiertas por la mañana sabiendo que es tu cumpleaños? Bueno, pues esa tarde
debía ser uno de esos días. Mis compañeros y yo nos graduábamos al atardecer
después de cinco años de carrera. Cinco años de exámenes, trabajos y
discusiones. Cinco años de fiestas, juergas y guateques.
Estábamos
todos sentaditos en el salón de actos de nuestra facultad, mientras, el decano
y el vicerrector nos pasaban lista por última vez para entregarnos nuestros
respectivos diplomas. Uno tras otro íbamos subiendo para exponernos al público.
El siguiente nombre fue el mío, así que subí a la tarima, recogí mi diploma,
estreché las manos de los profesores y todo mientras sonreía para la foto. Ni
siquiera sé por qué sonreía, pero lo hacía. Supongo que es lo que uno hace
cuando recoge un diploma, lo establecido, vamos lo que hacemos todos, pero la
verdad es que yo no estaba nada contento. Creo que en el fondo estaba más
triste que nunca ¿Y ahora qué? Resonaba en mi cabeza. Había acabado la carrera
y estaba más perdido que en toda mi vida. Se suponía que no debería ser así, se
suponía que ese era un momento especial, único, digno de ser disfrutado. Se
suponía que ahí es cuando todo cobraría sentido, cuando el mundo comenzaría a
esclarecerse. Currículos, entrevistas y a trabajar. Un sueldo, un alquiler y
una nevera que llenar cada mes. Mujer, hijos y nietos. Vacaciones, jubilación y
muerte. No había nada más sencillo, solo tenía que dejarme llevar y todo
estaría hecho. Antes de que pudiera darme cuenta habría tenido una vida
aceptable con final feliz. Era fácil, solo dejarse llevar ¿Por qué entonces esa
sensación de miedo, ese revoltijo en el estómago? Y os aseguro que no eran solo
los nervios por la, digamos, espectacularidad del momento. No, de eso nada,
estaba cagado de miedo, tenía la sensación de conocer de ante mano cada detalle
de mi vida antes de que hubiera sucedido y puedo decir que era una sensación
horrible.
domingo, 24 de noviembre de 2013
CONDENADOS
CONDENADO: Es un error, es un error, yo no debería estar aquí,
¡Soltadme! (Pausa) les da igual, no les importa lo que les diga, solo quieren
ver muerte, sus bocas salivan pensando en mi cuerpo inerte colgado en la
cuerda. Mi cuerpo o el de cualquier otro, se la suda, les importa una mierda
quien muera con tal de ver el espectáculo. Míralos, se pelean por tener el
mejor sitio, por sentarse en primera fila y sentir mi último aliento en su
cara, saborearlo en sus paladares mientras se corren de gusto. No quiero morir,
no quiero y no debo, yo no cometí el crimen del que me acusan, yo no he
cometido un crimen en mi vida, en mi corta vida, por dios, tengo veintidós años
aun, ni siquiera he tenido tiempo. No lo entiendo, no entiendo por qué me hacen
esto, no tiene ningún sentido y eso es lo que más me jode, que no le encuentro
sentido, que no logro entenderlo. Bueno, lo que más me jode dejando de lado el
hecho de que voy a morir en unos minutos ¿Eso acaba de ser un chiste?
Estupendo, vas a morir y haces un chiste, jodido capullo ¿Es así cómo se
sentirán las personas que reaccionan con risa ante el miedo? Si es así, ahora
ya no me hace ni puta gracia. Si al menos pudiera encontrar una explicación me
consolaría en cierto modo. Pero ahora me introduzco en sus mentes y me pierdo
entre miles de hipótesis que no me llevan a ningún lugar. Solo consigo
desquiciarme más ¿Me habrán confundido con otra persona? ¿Quizá alguien me ha
tendido una trampa? Y si es así ¿Por qué razón iban a hacerlo? ¡No lo entiendo,
no lo entiendo! (Pausa) veintidós años, solo veintidós años, me queda tanto por
hacer, sé que es un tópico, pero también es cierto, apenas he viajado, me
encantaría conocer el mundo en el que vivo y ahora solo voy a abandonarlo. Ni
siquiera me he enamorado de verdad y ya no hablemos claro, de formar una familia, de ser padre, de crear a otro
ser humano, cuidarlo y enseñarlo, mientras comparto la vida con la mujer que
amo, despertarme a su lado cada mañana, percibiendo su olor en las sábanas.
Llegar a ser abuelo. Siempre creí que eso sería lo que me ayudaría a entender
la muerte, porque no me puedo engañar, el miedo a la muerte no es nuevo para
mí, pero siempre me he consolado pensando en la lejanía del momento, en que con
el tiempo y la experiencia ese miedo iría desapareciendo hasta aceptarla o
incluso desearla ¿por qué no? Pero ahora que ha llegado el momento, que la
previsión no se ha cumplido, estoy cagado de miedo ¿debí empezar a aceptar la
muerte en cuanto fui consciente de su existencia? ¿Pero cómo demonios iba a
hacerlo si solo era un crio? Quien iba a pensar que solo a los veintidós años
tendría que despedirme. Despedirme para ir ¿A dónde? En estos momentos me
gustaría pertenecer a alguna religión, una de esas que creen en la
reencarnación o en un paraíso lleno de placeres, pero no es así y ahora ya es
tarde, ya no puedo volver atrás, en cuanto cierre los ojos para siempre,
simplemente no existiré, no iré a ningún lado, no habrá nada… solo pensarlo me
pone los pelos de punta ¿cómo puede no haber nada? Pasar del todo a la nada en
solo un segundo ¿seré consciente del momento exacto? Dios, no puedo seguir
pensando en esto. Concéntrate en otra cosa. No te resignes, piensa en que
puedes hacer para librarte, busca la esperanza… ¿Pero qué digo? ¿Busca la
esperanza? ¿Eres idiota? Estás atado de pies y manos y rodeado de toda la gente
que quiere verte muerto ¿qué piensas hacer? ¿Cómo vas a liberarte para empezar?
Y aunque lo consiguieras ¿Qué vas a hacer después? Si no pueden colgarte te
matarán a palos o te pegarán un tiro. La esperanza no va a servirte de nada. No
puedo buscarla porque no voy a librarme de esto, la esperanza lo único que hará
será hundirme aún más. Así que, cuanto antes la pierda, antes me deshaga de ese
lastre, mejor. Debo olvidarla, solo así podré aceptar el hecho de que voy a
morir, sí, voy a morir ahorcado, aquí y ahora. Nadie va a venir a salvarme,
ninguno de ellos se va a apiadar de mí, no va a haber una llamada de ningún
gobernador diciendo que todo ha sido un error, que soy libre, que puedo
marcharme, volver a mi casa, con mi familia, con mis amigos. No, nada de eso va
a ocurrir. Voy a morir, sí, voy a morir ahorcado, aquí y ahora. A los veintidós
años, a falta de muchas experiencias, pero seamos realistas, con muchas otras
vividas. Por lo menos no me ha dado tiempo a que mi vida se vaya al garete, de
sufrir de verdad durante largo tiempo. Es un pequeño consuelo. He tenido una
niñez y una adolescencia bastante potable. En el colegio tuve muchos amigos,
nunca fui marginado y sacaba buenas notas. Mis padres me querían, siempre me
han tratado bien y me han ayudado en todo. Jugábamos juntos, hacíamos
excursiones, viajábamos, en fin, lo pasábamos bien. Ya más mayor todo siguió
bien, instituto y universidad, fueron etapas de cambio y experiencias,
sobretodo experiencias. He tenido grandes amigos, con los que he compartido
grandes cosas, personas que poco a poco se han convertido en mi otra familia,
en ocasiones más importante que la real. Ahora me viene a la cabeza una cita
sobre la familia que escuché en una película. Perder a la familia nos obliga a
buscar a nuestra familia, no siempre la familia que es de nuestra sangre, si no
la que puede llegar a ser de nuestra sangre y si tenemos la sabiduría de abrir nuestra
puerta a esa nueva familia, descubriremos que los deseos que una vez tuvimos,
por el padre que una vez nos guio, por el hermano que nos inspiró, esos deseos
de nuevo estarán allí. Me doy cuenta de que el único regalo que se nos ha
concedido en el ocaso de la vida ha sido el de la amistad. Bonitas palabras.
Esa película me ha dado mucho. Es curioso cómo he podido verla una y otra vez,
sin cansarme nunca, sonriendo en los mismos momentos y emocionándome en las
mismas escenas, descubrir su música una y otra vez como si fuera la primera. Recuerdo
otra de sus frases, decía algo así como que la gente, con frecuencia abandona
sus sueños, por miedo poder fracasar o lo que es peor por miedo a poder
triunfar. Yo puedo decir con orgullo que no es mi caso, que siempre he seguido
mis sueños, con esfuerzo, con perseverancia, persiguiéndolos y consiguiendo
algunos. Nunca olvidaré el día que me subí por primera vez a un escenario. Las
luces, los compañeros y los nervios en el estómago. Echo la vista atrás y veo
que he sido feliz, sí. Ahora pienso, que quizá este sea un gran momento para
morir. Morir feliz ¿qué más puedo pedir? Ha llegado el momento, lo sé, lo veo,
todo el mundo se calla y me mira fijamente. Ya solo queda despedirse,
despedirme de mi mismo y decir, adiós amigo. (La soga le eleva y el condenado
muere ahorcado)
domingo, 17 de noviembre de 2013
RUTINA ANÓNIMA
Lunes.
06:00 de la mañana. Zapatillas de correr. Esquina de Park Aveniu con la 72.
Madison Av. Quinta avenida. Central Park. Terrace Dr. A mi derecha el lago.
06:15 de la mañana. Esquina de Columbus con la 72, media vuelta, mismo camino.
06:30 una ducha y a las 07:00 listo. Traje, abrigo y zapatos, negros, igual que
el traje. Voy hasta la parada de metro de Hunter College, son las 07:06. Cinco
minutos hasta la estación central y once más hasta Wall Street. Con los cambios
de metro, en total veinticinco minutos. 07:31 de la mañana, me dirijo a mi
oficina. Son las 07:45 y me siento en mi silla como un reloj, como todos los
días. Doce horas más tarde cierro la puerta de mi despacho y hago el viaje de
vuelta a casa. Al llegar me deshago de mi indumentaria, limpio los zapatos con
una bayeta humedecida y me pongo mis zapatillas de estar por casa, de cuadros,
negras y grises. Hago la cena y me siento frente al televisor. Son las 21:00 y
empiezo a cenar, como un reloj, como todos los días. 00:00, medianoche. Me meto
en la cama. En seis horas volverá a sonar mi despertador.
Este es mí
día a día, no cambia, de lunes a viernes, siempre lo mismo. Los fines de semana
son solo un intermedio, un preludio televisivo que transcurre con bata y
alpargatas hasta que llega de nuevo el Lunes y con él la rutina. La bendita y a
la vez endiablada rutina. En ocasiones creo que es lo que me hace permanecer en
este mundo. La seguridad y la comodidad de una monotonía que conozco como la
palma de mi mano y que puedo describir a partir de mis tres calzados, los
únicos que tengo, ¿para qué más? zapatillas para correr, zapatos para trabajar
y alpargatas para descansar. Pero en ocasiones es éste mismo hábito el que me
hace desesperar y pensar en mandarlo todo a la mierda, acabar con una vida
alejada de sorpresas y aventuras. Aunque al final siempre me pregunto para qué
quiero una vida con aventuras, no las necesito, además, no tengo botas de
montaña. Prefiero el orden y la seguridad, desde niño. Supongo que nunca me
gustó ir de un lado para otro. De casa de madre a casa de padre, de casa de
padre a casa de madre y vuelta a empezar. Todo aquello era estresante y cuando
crecí opté por reestructurar y ordenar mi vida. Mi trabajo consiste en revisar
informes, es decir coger papeles de un montón y apilarlos en otro montón
diferente así que digamos que tampoco supone ninguna emoción añadida. Sin
embargo hay una cosa que año tras año me desconcierta. Un sorteo. Ese maldito
sorteo… Cada primavera en la empresa regalan un viaje, cada vez a un sitio
diferente pero siempre con algo en común, arena y playa. Lo peor de todo es que
no hay que cumplir ningún requisito, es totalmente al azar. Eso me deja
completamente expuesto, cualquier año podría salir elegido y eso me da un
pánico atroz. Un viaje para dos a una playa paradisiaca… Para empezar es para
dos, así que tendría que buscar un acompañante, algo que por supuesto no es de
mi agrado. No se puede controlar a un ser ajeno. Y por si el hecho de viajar no
rompiera suficiente mi rutina, encima es a una playa. Para eso se necesitan
chanclas y como mencionaba antes, eso se sale de mi armario. No creo que fuera
muy adecuado pasear por la playa con unas Nike blancas y azules. El por qué de
esta reflexión no es por otra cosa que porque mañana, es el día del concurso. Y
claro como todos los años, la noche de antes me la paso acojonado, pensando y
pensando, haciendo diferentes planteamientos de la situación. Rechazar el
viaje, ya está más que descartado. El jefe nos obliga a asistir, si o si. Dice
que es una forma de hacer publicidad. Cedérselo a otra persona, podría ser una
opción, pero no tengo a nadie a quien hacerle tal regalo. En la oficina no
conozco a nadie, no tengo ni un amigo y nunca me atrevería a hablar familiarmente
con uno de mis superiores, así que queda fuera de la lista. Ahora llegamos a la
pregunta de siempre ¿Y si fuera al dichoso viaje? Quizá sea este el momento
adecuado, el momento perfecto para dar un giro radical, para afrontar la parte
sombría de mi mencionada rutina y deshacerme de ella para siempre. Solo
pensarlo me da un miedo terrible, pero
es un buen inicio, enfrentarse a ese miedo. Una vida completamente diferente.
Una vida llena de momentos inesperados, una vida llena de libertad. Si, puede
resultar, puede salir bien. Mañana me levantaré, y cuando llegue a la oficina
me sentaré con los demás, con una sonrisa, viviendo el mismo nerviosismo que
mis compañeros, ganaré ese viaje y todo dará comienzo. Allí puede que conozca a
alguien especial, podría volver conmigo, estar juntos, incluso llegar a
casarnos. Mudarnos a un apartamento más grande, tener hijos, criarlos, verlos
crecer mientras hacemos amistad con los vecinos, o con los trabajadores de la
empresa. Celebrar fiestas. Reír cantar y bailar. Y una vez los chicos se hayan
hecho mayores, viajar. Conocer el mundo. Dar vueltas y vueltas hasta que
nuestro cuerpo no pueda más, para así terminar nuestros días de forma
tranquila, rodeado de las amistades que hemos hecho a lo largo de tantos años y
morir, morir feliz. Estoy seguro, lo voy a hacer. ¡Adiós rutina! ¡Me despido de
ti para siempre! Mañana a estas horas ya no formaras parte de mi vida y no
volveré a verte nunca.
Martes.
06:00. Zapatillas de correr. Cruzo Central Park una vez más, pero esta vez con
un aire distinto, como si nunca más fuese a ser igual. Ducha, traje y zapatos
negros. Mis pies no se adaptan igual a ellos. Hoy me aprietan, me oprimen.
Hunter College, Estación Central y Wall Street, son las 07:31 de la mañana. Una
sonrisa atraviesa mi cara, mi vida está a punto de cambiar. 07:45, primer
cambio, nada de mi butaca. Me siento en el sofá de la sala comunitaria, ya lo
están preparando todo. La gente comienza a llegar y sentarse. Cada vez estoy
más y más nervioso, ya no queda nada y mi sonrisa sigue latente. 08:15, empieza
el concurso. Todos nuestros nombres están apuntados en cantidad de papelitos
que se refugian en un bote tranparente. El jefe saca uno de los susodichos
papelitos y lo abre dispuesto a leer el nombre. Aquí viene. Mi corazón a mil.
Ya llega. Adiós rutina. Nathan Saracen. Nathan Saracen… Retahíla de “tomas” y “yujus”.
El hombre que está a mi derecha se levanta para estrecharle la mano al jefe y
recibir el premio. No contaba con esto. Venía tan abstraído con la idea del
cambio que olvidé que aun tenía que ganar. Las siguientes doce horas son las
más largas de mi vida. Todo mi mundo se me viene encima. De repente mi querida monotonía
adopta su forma más diabólica para atormentarme en forma de soledad,
desesperación y tristeza. Siento frio y estos malditos zapatos siguen apretándome.
Ahora soy más consciente que nunca. Estoy solo, no tengo amigos y nadie que me
quiera o a quien querer. Mi existencia de ser se reduce a tres malditos
calzados, zapatillas para correr, zapatos para trabajar y alpargatas para
descansar. Son las 19:45 y salgo de la oficina. Magnifico, está lloviendo. Lo
que me faltaba. Camino hasta la parada de metro mientras el agua inunda la tela
de mi traje y la suela de mis zapatos. Me siento en el andén a esperar el metro
de las 20:10. Un pensamiento y solo uno recorre mi cabeza. Todo sigue igual,
todo sigue igual… Los zapatos me oprimen
más que nunca. No lo aguanto más. Me los desabrocho y dejo a mis pies respirar
el cargado aire de la estación. Miro los zapatos fijamente, están sucios por la
lluvia. Llevo un clínex en mi abrigo, así que lo saco y los limpio. Los vuelvo
a mirar. Todo sigue igual… Mi respiración comienza a acelerarse. Dejo los ahora
impolutos zapatos en el suelo y doy cinco pasos hasta el borde del andén. Bajo
a las vías y me tumbo apoyando la cabeza sobre el raíl derecho. Miro mi reloj.
Son exactamente las 20:10, el metro no se retrasa. Todo va a cambiar…
sábado, 9 de noviembre de 2013
HUNGRY HEARTS
SARA: ¿Dónde está el condón?
IRVIN: ¿Qué? ¿Qué
pregunta es esa? ¿Dónde va a estar? ¿De excursión?
SARA: No bromees Irvin ¡no
está!
IRVIN: ¿No está? ¿Cómo
que no está?
SARA: Pues que no está,
no está en su sitio, se ha ido.
IRVIN: Sara, es un
condón, (Mofándose) no puede ir a ninguna parte, no, no tiene patitas.
SARA: quita de encima,
voy a buscarlo.
IRVIN: ¿Vas a buscarlo?
¿Quieres que llame al 911?
SARA: Irvin, que no
bromees, esto es serio, (empieza a buscarlo en sus genitales) Um, está dentro,
pero está muy dentro, no llego.
IRVIN: A ver, déjame
probar, Um, si está muy dentro.
SARA: Ah! Cuidado me
haces daño.
IRVIN: Hace unos minutos
te gustaba.
SARA: No es la misma
situación Irvin. Déjame, yo lo haré. Uh, ya, ya, vale, creo que ya lo tengo, si,
si, aquí está. (Se lo enseña a Irvin) Creo que queda algo dentro, ¿está todo
Irvin?
IRVIN: ¿Que si está
todo? ¿Cómo quieres que lo sepa?
SARA: No se, haz una
aproximación comparada con situaciones anteriores.
IRVIN: ¿Crees que guardo
todos mis condones usados como recuerdo?
SARA: Vamos Irvin,
¡hazlo!
IRVIN: Está bien, está
bien, déjame ver (coge el condón) Pues a juzgar por pasadas experiencias, yo
diría que falta bastante, está casi vacío.
SARA: ¿Bastante? ¿Estás
seguro?
IRVIN: Si, lo estoy, muy
seguro.
SARA: Oh, ¿qué vamos a
hacer ahora Irvin? No puedo quedarme embarazada, eso afectará muy negativamente
a mi carrera.
IRVIN: ¿Carrera? ¿Qué
carrera? Si estás en paro.
SARA: ¿Y a cuantas
embarazadas crees que contratan en estos tiempos? ¡Y está tu mujer! ¡Dios mío
tu mujer! Me va a dar un infarto.
IRVIN: Bueno,
tranquilízate, mañana iremos a una farmacia a comprar una de esas pastillas
para el aborto.
SARA: ¿Iremos? ¡Querrás
decir irás! Porque irás tú solo, ¡ha sido culpa tuya!
IRVIN: ¿Culpa mía? ¿Cómo
que culpa mía?, esto es cosa de dos chata.
SARA: ¿Quien se ha
corrido dentro eh? tú, además, ¿por qué siempre tienes que correrte tanto?
IRVIN: Mis nueve
hermanos se quedaron con el pelo, el vigor y la fuerza, algo tenía que heredar
yo.
SARA: Irvin esto es
horrible ¿Y si alguien nos ve juntos en la farmacia? Se enterarán de todo y
después se enterará tú mujer, querrá matarme, por Dios Santo, trabaja en la
oficina postal, ¡sabe donde vivo!
IRVIN: July nunca ha
tenido tendencias asesinas si es lo que te preocupa.
SARA: Ya está, mañana
que nos acompañe Helen, así no sabrán que vamos en pareja, o al menos estarán
más confundidos.
IRVIN: ¿De verdad
quieres contarle esto a Helen?
SARA: ¿Qué pasa, no
confías en ella? Nos deja su apartamento pero ahora no confías en ella,
¡estamos en su cama Irvin!
IRVIN: No es que no
confíe en ella, pero ya sabes lo intimista que soy para estos temas.
SARA: Voy a llamarla.
IRVIN: ¿Qué? ¿Ahora?
¿Vas a llamarla ahora? Estará durmiendo o viendo algún especial de
consoladores en uno de esos canales de
tele tienda, no será conveniente molestarla, ya sabes cómo se concentra para
sus prioridades.
SARA: (ya con el
teléfono en la oreja) ¿Helen? Sí, soy yo, Sara, te necesito mañana, si, si, lo
sé, ya sé que te pedí el apartamento para todo el fin de semana, pero es una
urgencia. ¿Puedes venir a primera hora?
Irvin: ¿No puede ser un
poco más tarde? Me gustaría dormir un poco, ya sabes que tengo pesadillas
cuando no eyaculo como es debido.
Sara: ¡Oh cállate! No,
no, se lo decía a Irvin. Por favor, dime que vendrás... Gracias, gracias,
gracias, te lo compensaré, hasta mañana (cuelga el teléfono) Vale, ya está,
mañana lo solucionaremos todo. Ahora vamos a tranquilizarnos y dormir un poco.
(Claramente molesta) Buenas noches Irvin (Se tumba dándole la espalda y apaga
la lamparilla).
IRVIN: Espera Sara.
SARA: (volviendo a
encender la lámpara) ¿Qué quieres?
IRVIN: ¿Te apetece
repetir?
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