¿Saben esos
días donde todo debe salir perfecto? ¿Esos grandes días donde uno está contento
y feliz pase lo que pase, donde el nerviosismo nos hace expulsar una comedida
sonrisa que no podemos borrar de nuestros bobalicones rostros? ¿Una de esas
celebraciones que le hacen a uno sentir bien, como cuando eres niño y te
despiertas por la mañana sabiendo que es tu cumpleaños? Bueno, pues esa tarde
debía ser uno de esos días. Mis compañeros y yo nos graduábamos al atardecer
después de cinco años de carrera. Cinco años de exámenes, trabajos y
discusiones. Cinco años de fiestas, juergas y guateques.
Estábamos
todos sentaditos en el salón de actos de nuestra facultad, mientras, el decano
y el vicerrector nos pasaban lista por última vez para entregarnos nuestros
respectivos diplomas. Uno tras otro íbamos subiendo para exponernos al público.
El siguiente nombre fue el mío, así que subí a la tarima, recogí mi diploma,
estreché las manos de los profesores y todo mientras sonreía para la foto. Ni
siquiera sé por qué sonreía, pero lo hacía. Supongo que es lo que uno hace
cuando recoge un diploma, lo establecido, vamos lo que hacemos todos, pero la
verdad es que yo no estaba nada contento. Creo que en el fondo estaba más
triste que nunca ¿Y ahora qué? Resonaba en mi cabeza. Había acabado la carrera
y estaba más perdido que en toda mi vida. Se suponía que no debería ser así, se
suponía que ese era un momento especial, único, digno de ser disfrutado. Se
suponía que ahí es cuando todo cobraría sentido, cuando el mundo comenzaría a
esclarecerse. Currículos, entrevistas y a trabajar. Un sueldo, un alquiler y
una nevera que llenar cada mes. Mujer, hijos y nietos. Vacaciones, jubilación y
muerte. No había nada más sencillo, solo tenía que dejarme llevar y todo
estaría hecho. Antes de que pudiera darme cuenta habría tenido una vida
aceptable con final feliz. Era fácil, solo dejarse llevar ¿Por qué entonces esa
sensación de miedo, ese revoltijo en el estómago? Y os aseguro que no eran solo
los nervios por la, digamos, espectacularidad del momento. No, de eso nada,
estaba cagado de miedo, tenía la sensación de conocer de ante mano cada detalle
de mi vida antes de que hubiera sucedido y puedo decir que era una sensación
horrible.