sábado, 30 de noviembre de 2013

NILS CAPMAN



¿Saben esos días donde todo debe salir perfecto? ¿Esos grandes días donde uno está contento y feliz pase lo que pase, donde el nerviosismo nos hace expulsar una comedida sonrisa que no podemos borrar de nuestros bobalicones rostros? ¿Una de esas celebraciones que le hacen a uno sentir bien, como cuando eres niño y te despiertas por la mañana sabiendo que es tu cumpleaños? Bueno, pues esa tarde debía ser uno de esos días. Mis compañeros y yo nos graduábamos al atardecer después de cinco años de carrera. Cinco años de exámenes, trabajos y discusiones. Cinco años de fiestas, juergas y guateques.
Estábamos todos sentaditos en el salón de actos de nuestra facultad, mientras, el decano y el vicerrector nos pasaban lista por última vez para entregarnos nuestros respectivos diplomas. Uno tras otro íbamos subiendo para exponernos al público. El siguiente nombre fue el mío, así que subí a la tarima, recogí mi diploma, estreché las manos de los profesores y todo mientras sonreía para la foto. Ni siquiera sé por qué sonreía, pero lo hacía. Supongo que es lo que uno hace cuando recoge un diploma, lo establecido, vamos lo que hacemos todos, pero la verdad es que yo no estaba nada contento. Creo que en el fondo estaba más triste que nunca ¿Y ahora qué? Resonaba en mi cabeza. Había acabado la carrera y estaba más perdido que en toda mi vida. Se suponía que no debería ser así, se suponía que ese era un momento especial, único, digno de ser disfrutado. Se suponía que ahí es cuando todo cobraría sentido, cuando el mundo comenzaría a esclarecerse. Currículos, entrevistas y a trabajar. Un sueldo, un alquiler y una nevera que llenar cada mes. Mujer, hijos y nietos. Vacaciones, jubilación y muerte. No había nada más sencillo, solo tenía que dejarme llevar y todo estaría hecho. Antes de que pudiera darme cuenta habría tenido una vida aceptable con final feliz. Era fácil, solo dejarse llevar ¿Por qué entonces esa sensación de miedo, ese revoltijo en el estómago? Y os aseguro que no eran solo los nervios por la, digamos, espectacularidad del momento. No, de eso nada, estaba cagado de miedo, tenía la sensación de conocer de ante mano cada detalle de mi vida antes de que hubiera sucedido y puedo decir que era una sensación horrible.

domingo, 24 de noviembre de 2013

CONDENADOS


CONDENADO: Es un error, es un error, yo no debería estar aquí, ¡Soltadme! (Pausa) les da igual, no les importa lo que les diga, solo quieren ver muerte, sus bocas salivan pensando en mi cuerpo inerte colgado en la cuerda. Mi cuerpo o el de cualquier otro, se la suda, les importa una mierda quien muera con tal de ver el espectáculo. Míralos, se pelean por tener el mejor sitio, por sentarse en primera fila y sentir mi último aliento en su cara, saborearlo en sus paladares mientras se corren de gusto. No quiero morir, no quiero y no debo, yo no cometí el crimen del que me acusan, yo no he cometido un crimen en mi vida, en mi corta vida, por dios, tengo veintidós años aun, ni siquiera he tenido tiempo. No lo entiendo, no entiendo por qué me hacen esto, no tiene ningún sentido y eso es lo que más me jode, que no le encuentro sentido, que no logro entenderlo. Bueno, lo que más me jode dejando de lado el hecho de que voy a morir en unos minutos ¿Eso acaba de ser un chiste? Estupendo, vas a morir y haces un chiste, jodido capullo ¿Es así cómo se sentirán las personas que reaccionan con risa ante el miedo? Si es así, ahora ya no me hace ni puta gracia. Si al menos pudiera encontrar una explicación me consolaría en cierto modo. Pero ahora me introduzco en sus mentes y me pierdo entre miles de hipótesis que no me llevan a ningún lugar. Solo consigo desquiciarme más ¿Me habrán confundido con otra persona? ¿Quizá alguien me ha tendido una trampa? Y si es así ¿Por qué razón iban a hacerlo? ¡No lo entiendo, no lo entiendo! (Pausa) veintidós años, solo veintidós años, me queda tanto por hacer, sé que es un tópico, pero también es cierto, apenas he viajado, me encantaría conocer el mundo en el que vivo y ahora solo voy a abandonarlo. Ni siquiera me he enamorado de verdad y ya no hablemos claro, de formar  una familia, de ser padre, de crear a otro ser humano, cuidarlo y enseñarlo, mientras comparto la vida con la mujer que amo, despertarme a su lado cada mañana, percibiendo su olor en las sábanas. Llegar a ser abuelo. Siempre creí que eso sería lo que me ayudaría a entender la muerte, porque no me puedo engañar, el miedo a la muerte no es nuevo para mí, pero siempre me he consolado pensando en la lejanía del momento, en que con el tiempo y la experiencia ese miedo iría desapareciendo hasta aceptarla o incluso desearla ¿por qué no? Pero ahora que ha llegado el momento, que la previsión no se ha cumplido, estoy cagado de miedo ¿debí empezar a aceptar la muerte en cuanto fui consciente de su existencia? ¿Pero cómo demonios iba a hacerlo si solo era un crio? Quien iba a pensar que solo a los veintidós años tendría que despedirme. Despedirme para ir ¿A dónde? En estos momentos me gustaría pertenecer a alguna religión, una de esas que creen en la reencarnación o en un paraíso lleno de placeres, pero no es así y ahora ya es tarde, ya no puedo volver atrás, en cuanto cierre los ojos para siempre, simplemente no existiré, no iré a ningún lado, no habrá nada… solo pensarlo me pone los pelos de punta ¿cómo puede no haber nada? Pasar del todo a la nada en solo un segundo ¿seré consciente del momento exacto? Dios, no puedo seguir pensando en esto. Concéntrate en otra cosa. No te resignes, piensa en que puedes hacer para librarte, busca la esperanza… ¿Pero qué digo? ¿Busca la esperanza? ¿Eres idiota? Estás atado de pies y manos y rodeado de toda la gente que quiere verte muerto ¿qué piensas hacer? ¿Cómo vas a liberarte para empezar? Y aunque lo consiguieras ¿Qué vas a hacer después? Si no pueden colgarte te matarán a palos o te pegarán un tiro. La esperanza no va a servirte de nada. No puedo buscarla porque no voy a librarme de esto, la esperanza lo único que hará será hundirme aún más. Así que, cuanto antes la pierda, antes me deshaga de ese lastre, mejor. Debo olvidarla, solo así podré aceptar el hecho de que voy a morir, sí, voy a morir ahorcado, aquí y ahora. Nadie va a venir a salvarme, ninguno de ellos se va a apiadar de mí, no va a haber una llamada de ningún gobernador diciendo que todo ha sido un error, que soy libre, que puedo marcharme, volver a mi casa, con mi familia, con mis amigos. No, nada de eso va a ocurrir. Voy a morir, sí, voy a morir ahorcado, aquí y ahora. A los veintidós años, a falta de muchas experiencias, pero seamos realistas, con muchas otras vividas. Por lo menos no me ha dado tiempo a que mi vida se vaya al garete, de sufrir de verdad durante largo tiempo. Es un pequeño consuelo. He tenido una niñez y una adolescencia bastante potable. En el colegio tuve muchos amigos, nunca fui marginado y sacaba buenas notas. Mis padres me querían, siempre me han tratado bien y me han ayudado en todo. Jugábamos juntos, hacíamos excursiones, viajábamos, en fin, lo pasábamos bien. Ya más mayor todo siguió bien, instituto y universidad, fueron etapas de cambio y experiencias, sobretodo experiencias. He tenido grandes amigos, con los que he compartido grandes cosas, personas que poco a poco se han convertido en mi otra familia, en ocasiones más importante que la real. Ahora me viene a la cabeza una cita sobre la familia que escuché en una película. Perder a la familia nos obliga a buscar a nuestra familia, no siempre la familia que es de nuestra sangre, si no la que puede llegar a ser de nuestra sangre y si tenemos la sabiduría de abrir nuestra puerta a esa nueva familia, descubriremos que los deseos que una vez tuvimos, por el padre que una vez nos guio, por el hermano que nos inspiró, esos deseos de nuevo estarán allí. Me doy cuenta de que el único regalo que se nos ha concedido en el ocaso de la vida ha sido el de la amistad. Bonitas palabras. Esa película me ha dado mucho. Es curioso cómo he podido verla una y otra vez, sin cansarme nunca, sonriendo en los mismos momentos y emocionándome en las mismas escenas, descubrir su música una y otra vez como si fuera la primera. Recuerdo otra de sus frases, decía algo así como que la gente, con frecuencia abandona sus sueños, por miedo poder fracasar o lo que es peor por miedo a poder triunfar. Yo puedo decir con orgullo que no es mi caso, que siempre he seguido mis sueños, con esfuerzo, con perseverancia, persiguiéndolos y consiguiendo algunos. Nunca olvidaré el día que me subí por primera vez a un escenario. Las luces, los compañeros y los nervios en el estómago. Echo la vista atrás y veo que he sido feliz, sí. Ahora pienso, que quizá este sea un gran momento para morir. Morir feliz ¿qué más puedo pedir? Ha llegado el momento, lo sé, lo veo, todo el mundo se calla y me mira fijamente. Ya solo queda despedirse, despedirme de mi mismo y decir, adiós amigo. (La soga le eleva y el condenado muere ahorcado)

domingo, 17 de noviembre de 2013

RUTINA ANÓNIMA



Lunes. 06:00 de la mañana. Zapatillas de correr. Esquina de Park Aveniu con la 72. Madison Av. Quinta avenida. Central Park. Terrace Dr. A mi derecha el lago. 06:15 de la mañana. Esquina de Columbus con la 72, media vuelta, mismo camino. 06:30 una ducha y a las 07:00 listo. Traje, abrigo y zapatos, negros, igual que el traje. Voy hasta la parada de metro de Hunter College, son las 07:06. Cinco minutos hasta la estación central y once más hasta Wall Street. Con los cambios de metro, en total veinticinco minutos. 07:31 de la mañana, me dirijo a mi oficina. Son las 07:45 y me siento en mi silla como un reloj, como todos los días. Doce horas más tarde cierro la puerta de mi despacho y hago el viaje de vuelta a casa. Al llegar me deshago de mi indumentaria, limpio los zapatos con una bayeta humedecida y me pongo mis zapatillas de estar por casa, de cuadros, negras y grises. Hago la cena y me siento frente al televisor. Son las 21:00 y empiezo a cenar, como un reloj, como todos los días. 00:00, medianoche. Me meto en la cama. En seis horas volverá a sonar mi despertador.
Este es mí día a día, no cambia, de lunes a viernes, siempre lo mismo. Los fines de semana son solo un intermedio, un preludio televisivo que transcurre con bata y alpargatas hasta que llega de nuevo el Lunes y con él la rutina. La bendita y a la vez endiablada rutina. En ocasiones creo que es lo que me hace permanecer en este mundo. La seguridad y la comodidad de una monotonía que conozco como la palma de mi mano y que puedo describir a partir de mis tres calzados, los únicos que tengo, ¿para qué más? zapatillas para correr, zapatos para trabajar y alpargatas para descansar. Pero en ocasiones es éste mismo hábito el que me hace desesperar y pensar en mandarlo todo a la mierda, acabar con una vida alejada de sorpresas y aventuras. Aunque al final siempre me pregunto para qué quiero una vida con aventuras, no las necesito, además, no tengo botas de montaña. Prefiero el orden y la seguridad, desde niño. Supongo que nunca me gustó ir de un lado para otro. De casa de madre a casa de padre, de casa de padre a casa de madre y vuelta a empezar. Todo aquello era estresante y cuando crecí opté por reestructurar y ordenar mi vida. Mi trabajo consiste en revisar informes, es decir coger papeles de un montón y apilarlos en otro montón diferente así que digamos que tampoco supone ninguna emoción añadida. Sin embargo hay una cosa que año tras año me desconcierta. Un sorteo. Ese maldito sorteo… Cada primavera en la empresa regalan un viaje, cada vez a un sitio diferente pero siempre con algo en común, arena y playa. Lo peor de todo es que no hay que cumplir ningún requisito, es totalmente al azar. Eso me deja completamente expuesto, cualquier año podría salir elegido y eso me da un pánico atroz. Un viaje para dos a una playa paradisiaca… Para empezar es para dos, así que tendría que buscar un acompañante, algo que por supuesto no es de mi agrado. No se puede controlar a un ser ajeno. Y por si el hecho de viajar no rompiera suficiente mi rutina, encima es a una playa. Para eso se necesitan chanclas y como mencionaba antes, eso se sale de mi armario. No creo que fuera muy adecuado pasear por la playa con unas Nike blancas y azules. El por qué de esta reflexión no es por otra cosa que porque mañana, es el día del concurso. Y claro como todos los años, la noche de antes me la paso acojonado, pensando y pensando, haciendo diferentes planteamientos de la situación. Rechazar el viaje, ya está más que descartado. El jefe nos obliga a asistir, si o si. Dice que es una forma de hacer publicidad. Cedérselo a otra persona, podría ser una opción, pero no tengo a nadie a quien hacerle tal regalo. En la oficina no conozco a nadie, no tengo ni un amigo y nunca me atrevería a hablar familiarmente con uno de mis superiores, así que queda fuera de la lista. Ahora llegamos a la pregunta de siempre ¿Y si fuera al dichoso viaje? Quizá sea este el momento adecuado, el momento perfecto para dar un giro radical, para afrontar la parte sombría de mi mencionada rutina y deshacerme de ella para siempre. Solo pensarlo me da un  miedo terrible, pero es un buen inicio, enfrentarse a ese miedo. Una vida completamente diferente. Una vida llena de momentos inesperados, una vida llena de libertad. Si, puede resultar, puede salir bien. Mañana me levantaré, y cuando llegue a la oficina me sentaré con los demás, con una sonrisa, viviendo el mismo nerviosismo que mis compañeros, ganaré ese viaje y todo dará comienzo. Allí puede que conozca a alguien especial, podría volver conmigo, estar juntos, incluso llegar a casarnos. Mudarnos a un apartamento más grande, tener hijos, criarlos, verlos crecer mientras hacemos amistad con los vecinos, o con los trabajadores de la empresa. Celebrar fiestas. Reír cantar y bailar. Y una vez los chicos se hayan hecho mayores, viajar. Conocer el mundo. Dar vueltas y vueltas hasta que nuestro cuerpo no pueda más, para así terminar nuestros días de forma tranquila, rodeado de las amistades que hemos hecho a lo largo de tantos años y morir, morir feliz. Estoy seguro, lo voy a hacer. ¡Adiós rutina! ¡Me despido de ti para siempre! Mañana a estas horas ya no formaras parte de mi vida y no volveré a verte nunca.
Martes. 06:00. Zapatillas de correr. Cruzo Central Park una vez más, pero esta vez con un aire distinto, como si nunca más fuese a ser igual. Ducha, traje y zapatos negros. Mis pies no se adaptan igual a ellos. Hoy me aprietan, me oprimen. Hunter College, Estación Central y Wall Street, son las 07:31 de la mañana. Una sonrisa atraviesa mi cara, mi vida está a punto de cambiar. 07:45, primer cambio, nada de mi butaca. Me siento en el sofá de la sala comunitaria, ya lo están preparando todo. La gente comienza a llegar y sentarse. Cada vez estoy más y más nervioso, ya no queda nada y mi sonrisa sigue latente. 08:15, empieza el concurso. Todos nuestros nombres están apuntados en cantidad de papelitos que se refugian en un bote tranparente. El jefe saca uno de los susodichos papelitos y lo abre dispuesto a leer el nombre. Aquí viene. Mi corazón a mil. Ya llega. Adiós rutina. Nathan Saracen. Nathan Saracen… Retahíla de “tomas” y “yujus”. El hombre que está a mi derecha se levanta para estrecharle la mano al jefe y recibir el premio. No contaba con esto. Venía tan abstraído con la idea del cambio que olvidé que aun tenía que ganar. Las siguientes doce horas son las más largas de mi vida. Todo mi mundo se me viene encima. De repente mi querida monotonía adopta su forma más diabólica para atormentarme en forma de soledad, desesperación y tristeza. Siento frio y estos malditos zapatos siguen apretándome. Ahora soy más consciente que nunca. Estoy solo, no tengo amigos y nadie que me quiera o a quien querer. Mi existencia de ser se reduce a tres malditos calzados, zapatillas para correr, zapatos para trabajar y alpargatas para descansar. Son las 19:45 y salgo de la oficina. Magnifico, está lloviendo. Lo que me faltaba. Camino hasta la parada de metro mientras el agua inunda la tela de mi traje y la suela de mis zapatos. Me siento en el andén a esperar el metro de las 20:10. Un pensamiento y solo uno recorre mi cabeza. Todo sigue igual, todo sigue igual…  Los zapatos me oprimen más que nunca. No lo aguanto más. Me los desabrocho y dejo a mis pies respirar el cargado aire de la estación. Miro los zapatos fijamente, están sucios por la lluvia. Llevo un clínex en mi abrigo, así que lo saco y los limpio. Los vuelvo a mirar. Todo sigue igual… Mi respiración comienza a acelerarse. Dejo los ahora impolutos zapatos en el suelo y doy cinco pasos hasta el borde del andén. Bajo a las vías y me tumbo apoyando la cabeza sobre el raíl derecho. Miro mi reloj. Son exactamente las 20:10, el metro no se retrasa. Todo va a cambiar…

sábado, 9 de noviembre de 2013

HUNGRY HEARTS




SARA: ¿Dónde está el condón?
IRVIN: ¿Qué? ¿Qué pregunta es esa? ¿Dónde va a estar? ¿De excursión?
SARA: No bromees Irvin ¡no está!
IRVIN: ¿No está? ¿Cómo que no está?
SARA: Pues que no está, no está en su sitio, se ha ido.
IRVIN: Sara, es un condón, (Mofándose) no puede ir a ninguna parte, no, no tiene patitas.
SARA: quita de encima, voy a buscarlo.
IRVIN: ¿Vas a buscarlo? ¿Quieres que llame al 911?
SARA: Irvin, que no bromees, esto es serio, (empieza a buscarlo en sus genitales) Um, está dentro, pero está muy dentro, no llego.
IRVIN: A ver, déjame probar, Um, si está muy dentro.
SARA: Ah! Cuidado me haces daño.
IRVIN: Hace unos minutos te gustaba.
SARA: No es la misma situación Irvin. Déjame, yo lo haré. Uh, ya, ya, vale, creo que ya lo tengo, si, si, aquí está. (Se lo enseña a Irvin) Creo que queda algo dentro, ¿está todo Irvin?
IRVIN: ¿Que si está todo? ¿Cómo quieres que lo sepa?
SARA: No se, haz una aproximación comparada con situaciones anteriores.
IRVIN: ¿Crees que guardo todos mis condones usados como recuerdo?
SARA: Vamos Irvin, ¡hazlo!
IRVIN: Está bien, está bien, déjame ver (coge el condón) Pues a juzgar por pasadas experiencias, yo diría que falta bastante, está casi vacío.
SARA: ¿Bastante? ¿Estás seguro?
IRVIN: Si, lo estoy, muy seguro.
SARA: Oh, ¿qué vamos a hacer ahora Irvin? No puedo quedarme embarazada, eso afectará muy negativamente a mi carrera.
IRVIN: ¿Carrera? ¿Qué carrera? Si estás en paro.
SARA: ¿Y a cuantas embarazadas crees que contratan en estos tiempos? ¡Y está tu mujer! ¡Dios mío tu mujer! Me va a dar un infarto.
IRVIN: Bueno, tranquilízate, mañana iremos a una farmacia a comprar una de esas pastillas para el aborto.
SARA: ¿Iremos? ¡Querrás decir irás! Porque irás tú solo, ¡ha sido culpa tuya!
IRVIN: ¿Culpa mía? ¿Cómo que culpa mía?, esto es cosa de dos chata.
SARA: ¿Quien se ha corrido dentro eh? tú, además, ¿por qué siempre tienes que correrte tanto?
IRVIN: Mis nueve hermanos se quedaron con el pelo, el vigor y la fuerza, algo tenía que heredar yo.
SARA: Irvin esto es horrible ¿Y si alguien nos ve juntos en la farmacia? Se enterarán de todo y después se enterará tú mujer, querrá matarme, por Dios Santo, trabaja en la oficina postal, ¡sabe donde vivo!
IRVIN: July nunca ha tenido tendencias asesinas si es lo que te preocupa.
SARA: Ya está, mañana que nos acompañe Helen, así no sabrán que vamos en pareja, o al menos estarán más confundidos.
IRVIN: ¿De verdad quieres contarle esto a Helen?
SARA: ¿Qué pasa, no confías en ella? Nos deja su apartamento pero ahora no confías en ella, ¡estamos en su cama Irvin!
IRVIN: No es que no confíe en ella, pero ya sabes lo intimista que soy para estos temas.
SARA: Voy a llamarla.
IRVIN: ¿Qué? ¿Ahora? ¿Vas a llamarla ahora? Estará durmiendo o viendo algún especial de consoladores  en uno de esos canales de tele tienda, no será conveniente molestarla, ya sabes cómo se concentra para sus prioridades.
SARA: (ya con el teléfono en la oreja) ¿Helen? Sí, soy yo, Sara, te necesito mañana, si, si, lo sé, ya sé que te pedí el apartamento para todo el fin de semana, pero es una urgencia. ¿Puedes venir a primera hora?
Irvin: ¿No puede ser un poco más tarde? Me gustaría dormir un poco, ya sabes que tengo pesadillas cuando no eyaculo como es debido.
Sara: ¡Oh cállate! No, no, se lo decía a Irvin. Por favor, dime que vendrás... Gracias, gracias, gracias, te lo compensaré, hasta mañana (cuelga el teléfono) Vale, ya está, mañana lo solucionaremos todo. Ahora vamos a tranquilizarnos y dormir un poco. (Claramente molesta) Buenas noches Irvin (Se tumba dándole la espalda y apaga la lamparilla).
IRVIN: Espera Sara.
SARA: (volviendo a encender la lámpara) ¿Qué quieres?
IRVIN: ¿Te apetece repetir?