Era la
mañana de Reyes y como todos los años mis amigos y yo salíamos a la plaza para
enseñarnos nuestros respectivos regalos. Andrés lucía una esplendida bici
nueva, era una de esas Mountain Bike, preparadas para cualquier terreno, lo
cual era perfecto para Andrés ya que era un tío que no pensaba las cosas antes
de hacerlas, un poco borrico que dirían por ahí, así que una bici ordinaría se
le quedaba corta, estaría hecha pedazos antes del almuerzo. Tenía de todo,
sillín regulable, bocina incorporada, frenos delanteros y traseros, dinamo y
placa reflectante. Y por si fuera poco era preciosa, venía adornada con un esplendoroso rayo
amarillo sobre un fondo rojo. Porque Andrés, además de ser un bruto, tenía unos
padres con mucho dinero que le compraban de todo incluso cuando se portaba mal.
Siempre decían –si haces los deberes todos los días te compraremos esto -o, -si
sacas todo sobresaliente te regalaremos aquello. Y aunque Andrés nunca traía
los deberes hechos al cole y suspendía más exámenes que nadie, siempre acababan
comprándole lo prometido.
Lucía era
la niña más guapa del barrio, todos estábamos locos por ella y eran muchas las
veces que provocaba peleas por ver quien la acompañaba a casa, o quien le
prestaba los deberes, lo que hacía que sus amigas se enfadaran, porque, al ser
un poco feas, nadie se fijaba en ellas. Muchas veces hacían como que la
protegían, apartándola de nosotros. Decían que éramos unos pesados, aunque en
realidad era pura envidia. Más de una vez las habíamos oído farfullar –Si no
hablan con nosotras, con Lucía tampoco.
Pero era la
mañana de Reyes, estábamos lo suficientemente emocionados con nuestros regalos
como para pensar en ligues, sin hablar de que a ninguno nos interesaban los
regalos de chicas, en este caso una pelota gigante de color verde que servía
para hacer gimnasia. Nosotros preferíamos regalos como el de mi amigo Gabriel,
un buen par de pistolas de traca, unos de esos revólveres del oeste al que les
ponías unas ruedas naranjas llenas de pólvora con las que conseguías un ruido
que poco tenía que envidiar al de las películas. O el de mi otro amigo, Luis,
un chico que siempre estaba comiendo pero nunca engordaba. Los mayores siempre
le decían que ya le cambiaría el metabolismo. Yo no lo entendía, porque no sabía
qué era eso del metabolismo. Ese año a
Luis le habían traído un par de raquetas, de las que tienen el mango alargado, y
una pelota. Todos los años le caen a alguien unas de esas raquetas. Además
vienen con una especie de plumas incorporadas, que ninguno sabemos para qué
sirven, así que las tiramos y jugamos con la pelota.
-Una para
ti y otra para mi y echamos un partido de tenis -Me dijo Luis.
-De fábula -pensé
yo. Así podría darle el mejor estreno posible a mis nuevas zapatillas
deportivas.
Marcamos el
campo con cuatro piedras y pusimos en el centro una rama que habíamos arrancado
para que hiciera de red. Parecíamos auténticos profesionales. Todo iba genial,
nos estábamos divirtiendo de lo lindo. Al final del primer tiempo, David, el
niño más empollón y repelente de todo el vecindario nos hizo tomarnos las
pulsaciones, porque le habían regalado un libro sobre salud y bienestar que
decía que al término de un ejercicio físico tu pulso debía estar por debajo de
la resta de doscientos veinte menos tu edad. No sé cómo pero David siempre
encontraba la forma de que hiciéramos mates, incluso la mañana de reyes. ¡Que
corta rollos era el tío! Tarde o temprano siempre te entraban ganas de pegarle,
aunque había que contenerse, ya que aparte de empollón era un chivato.
Cuando
conseguimos deshacernos de él volvimos al partido, pero paramos apenas cinco
minutos después. Andrés, en un intento de comprobar los límites de su nuevo
transporte se adentró a toda velocidad en el portal de su casa y bajó las
escaleras que daban a los patios interiores, solo que calculó mal el espacio de
frenada y se estampó contra la puerta metálica de entrada. Todos nos reímos
mucho sin pensar en si nuestro amigo se podía haber hecho daño. Andrés nunca
salía mal parado, es lo que tiene ser un bruto. Cuando volvió a salir del
portal tenía una sonrisa en la cara.
-¡No os preocupéis!
-exclamó Andrés –, ¡es una Mountain Bike, lo resiste todo!
Se
escuchaban carcajadas por toda la plaza y solo David, acompañado de su nuevo
libro salió en su ayuda para comprobar que no se había roto ningún hueso.
-Déjate de
gaitas -Decía Andrés. Y como David seguía comprobando hueso por hueso, Andrés
le dio una patada en la espinilla, que era una de sus aficiones favoritas.
David se echó a llorar y se fue corriendo a su casa.
Luis y yo
retomamos nuestro partido cuando de repente vi como el balón gigante de Lucía
se acercaba botando hacia mí. Luis debió
leerme el pensamiento, porque gritaba -¡No, no! Aunque yo no le hice caso y
golpeé la pelota con todas mis fuerzas. La bola no se movió ni un milímetro pero
en cambio la raqueta quedó doblada por la mitad, inservible para seguir jugando.
Luis se puso a llorar, me quitó la raqueta y se fue a casa dando por terminado
el partido. No podía evitar sentirme mal por Luis, aunque por otro lado, al
terminar así el partido, la puntuación quedó a mi favor.
Recuerdos de infancia???? Luis Cabañas???? Gabi??? Jejeje... Historia basada en hechos reales???? Jejeje...
ResponderEliminarRecuerdos de una infancia prestada, los nombres son mios, pero los hechos de papá
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