Bajé las
escaleras de granito, rodeado por las columnas de mármol y por el aliento de un
público imaginario deseoso de escuchar mis palabras. No sé que sentía más, si
la emoción o el miedo que crecía en mi corazón. Mantener la concentración en
ese momento era una tarea imposible. Sentía la brisa nocturna en mi cara y la
arena en mis pies descalzos. No cabía ni un alfiler. Cávea media, inferior y
superior, todas llenas en mi mente, como lleno sentía mi espíritu. De una vez
por todas estaba allí, como siempre había querido, como siempre había deseado.
La inmensidad del teatro Romano de Mérida me acogía por una noche. Ahora estaba
seguro, la emoción se apoderaba de mí y fue una ardua tarea evitar que una
lágrima recorriera mi rostro. Me encontraba allí, en ese enorme escenario donde
tantos grandes habían estado antes que yo. Podía sentir el teatro en mis venas
y la historia romana en mis pies. Era el momento de comenzar. Cerré los ojos,
tomé aire y lo solté lentamente. Mis labios comenzaron a moverse a un ritmo fluido
y la magia se hizo realidad. Al abrir los ojos había ocurrido, estaba en el
siglo II recitando mi texto ante el público. Un público ataviado con túnicas de
colores y sandalias de cuero. Nunca pensé que pudiera hacerse realidad, pero
ahora lo estaba viendo con mis propios ojos. Me movía de un lado al otro del
escenario sin parar de hablar, pletórico, era el monólogo de mi vida y lo
estaba bordando. Podía verlo en sus caras, esas caras llenas de ilusión e
intriga, esperando para saber cuál sería mi siguiente frase, lo que no era de
extrañar, porque como siempre he dicho, si tú disfrutas, ellos disfrutan. Yo
mismo me sorprendía de la soltura de mi latín, quien me viera y quien me ve, en
el instituto no daba una y ahora es mi lengua materna. Estaba extasiado, no
cabía dentro de mí y el tiempo se escurría entre mis dedos a mayor velocidad de
la que deseaba. No quería que acabase, pero a la vez estaba deseando ver la
reacción del público. Cada una de mis frases, de los silencios y pausas, de las
miradas, todo aquello era un regalo, pero el final se aceraba. Las últimas
palabras brotaron de mi boca hasta que un silencio sepulcral se hizo dueño del
teatro. Fueron unos segundos de espera, aunque a mí me pareció como si una roca
golpeara mi interior durante horas, hasta que por fin sucedió. Una primera
palmada rompió el silencio, y luego otra y otra y otra más. Cuando me di cuenta
el teatro entero aplaudía mi actuación. Gente de pie, silbidos de apoyo y un
par de enérgicos “Bravo”, estaba viviendo un sueño. No podía contener más la
emoción y entre lágrimas cerré los ojos. Cuando los abrí había vuelto. Ahora mi
imaginación se detiene, la noche se evapora y mis pies descalzos abandonan el
escenario cubiertos por mis viejas zapatillas para volver a la cávea alta, donde
las ruinas son más palpables, bajo el arrollador sol emeritense. Sigo aquí,
como al principio, escribiendo en mi libreta y observando turistas. Me pregunto
cuál será la historia ideal de cada uno. Me encanta observar a las personas y
hoy tenemos una gran variedad. Hay una pareja de pijos justo debajo de mí, creo
que le están pidiendo a alguien que les haga una foto. Él viste un polo verde
por dentro del pantalón y ella una camiseta blanca ajustada con una faldita y
un buen par de tetas operadas. Los dos se preparan y él posa con una gran
sonrisa y el dedo gordo en alza. No puedo evitar reírme, han preguntado dónde
guardaban los leones. Leones en el teatro romano… Un simple vistazo y puedo ver
a una madre diciéndole a su hijo que no ponga caras en las fotos. Un niño
pregunta si hay dragones aquí mientras un guía explica el por qué de las
esculturas entre las columnas. Ahora los pijos posan en el escenario como si
fueran modelos y el tipo de verde devuelve el favor actuando como un fotógrafo
profesional, capturando a varias parejas, adoptando posiciones extrañas. Cómo
se dobla el tío para cada instantánea. Otro vistazo, esta vez unos ingleses que
están buscando la sombra a mi derecha intercambian cánticos con un compañero
que está en el escenario. ¡Qué sonoridad! Parece que no esté forzando ni un
poquito la voz y se le escucha a la perfección desde aquí. Dos hermanas
disputan por quien hace la foto familiar y un par de chicas con zapatos
inestables hacen de aventureras moviéndose por la roca, intentando no perder el
equilibrio y darse la piña del siglo. El calor empieza a apretar, creo que voy
a cerrar la libreta por hoy y a bajar a pasear por el escenario. Puede que
ahora sea yo el objeto de miradas ajenas.
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