lunes, 4 de noviembre de 2013

VALVA REGIA



Bajé las escaleras de granito, rodeado por las columnas de mármol y por el aliento de un público imaginario deseoso de escuchar mis palabras. No sé que sentía más, si la emoción o el miedo que crecía en mi corazón. Mantener la concentración en ese momento era una tarea imposible. Sentía la brisa nocturna en mi cara y la arena en mis pies descalzos. No cabía ni un alfiler. Cávea media, inferior y superior, todas llenas en mi mente, como lleno sentía mi espíritu. De una vez por todas estaba allí, como siempre había querido, como siempre había deseado. La inmensidad del teatro Romano de Mérida me acogía por una noche. Ahora estaba seguro, la emoción se apoderaba de mí y fue una ardua tarea evitar que una lágrima recorriera mi rostro. Me encontraba allí, en ese enorme escenario donde tantos grandes habían estado antes que yo. Podía sentir el teatro en mis venas y la historia romana en mis pies. Era el momento de comenzar. Cerré los ojos, tomé aire y lo solté lentamente. Mis labios comenzaron a moverse a un ritmo fluido y la magia se hizo realidad. Al abrir los ojos había ocurrido, estaba en el siglo II recitando mi texto ante el público. Un público ataviado con túnicas de colores y sandalias de cuero. Nunca pensé que pudiera hacerse realidad, pero ahora lo estaba viendo con mis propios ojos. Me movía de un lado al otro del escenario sin parar de hablar, pletórico, era el monólogo de mi vida y lo estaba bordando. Podía verlo en sus caras, esas caras llenas de ilusión e intriga, esperando para saber cuál sería mi siguiente frase, lo que no era de extrañar, porque como siempre he dicho, si tú disfrutas, ellos disfrutan. Yo mismo me sorprendía de la soltura de mi latín, quien me viera y quien me ve, en el instituto no daba una y ahora es mi lengua materna. Estaba extasiado, no cabía dentro de mí y el tiempo se escurría entre mis dedos a mayor velocidad de la que deseaba. No quería que acabase, pero a la vez estaba deseando ver la reacción del público. Cada una de mis frases, de los silencios y pausas, de las miradas, todo aquello era un regalo, pero el final se aceraba. Las últimas palabras brotaron de mi boca hasta que un silencio sepulcral se hizo dueño del teatro. Fueron unos segundos de espera, aunque a mí me pareció como si una roca golpeara mi interior durante horas, hasta que por fin sucedió. Una primera palmada rompió el silencio, y luego otra y otra y otra más. Cuando me di cuenta el teatro entero aplaudía mi actuación. Gente de pie, silbidos de apoyo y un par de enérgicos “Bravo”, estaba viviendo un sueño. No podía contener más la emoción y entre lágrimas cerré los ojos. Cuando los abrí había vuelto. Ahora mi imaginación se detiene, la noche se evapora y mis pies descalzos abandonan el escenario cubiertos por mis viejas zapatillas para volver a la cávea alta, donde las ruinas son más palpables, bajo el arrollador sol emeritense. Sigo aquí, como al principio, escribiendo en mi libreta y observando turistas. Me pregunto cuál será la historia ideal de cada uno. Me encanta observar a las personas y hoy tenemos una gran variedad. Hay una pareja de pijos justo debajo de mí, creo que le están pidiendo a alguien que les haga una foto. Él viste un polo verde por dentro del pantalón y ella una camiseta blanca ajustada con una faldita y un buen par de tetas operadas. Los dos se preparan y él posa con una gran sonrisa y el dedo gordo en alza. No puedo evitar reírme, han preguntado dónde guardaban los leones. Leones en el teatro romano… Un simple vistazo y puedo ver a una madre diciéndole a su hijo que no ponga caras en las fotos. Un niño pregunta si hay dragones aquí mientras un guía explica el por qué de las esculturas entre las columnas. Ahora los pijos posan en el escenario como si fueran modelos y el tipo de verde devuelve el favor actuando como un fotógrafo profesional, capturando a varias parejas, adoptando posiciones extrañas. Cómo se dobla el tío para cada instantánea. Otro vistazo, esta vez unos ingleses que están buscando la sombra a mi derecha intercambian cánticos con un compañero que está en el escenario. ¡Qué sonoridad! Parece que no esté forzando ni un poquito la voz y se le escucha a la perfección desde aquí. Dos hermanas disputan por quien hace la foto familiar y un par de chicas con zapatos inestables hacen de aventureras moviéndose por la roca, intentando no perder el equilibrio y darse la piña del siglo. El calor empieza a apretar, creo que voy a cerrar la libreta por hoy y a bajar a pasear por el escenario. Puede que ahora sea yo el objeto de miradas ajenas.

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